¿Cuántos churros tenemos que comprar?
Antiguamente, esta pregunta se hacía muy temprano, cuando rondaban las 6 de la mañana. Había que alimentarse bien, pues el día de matanza, era un día largo...
No es nada agradable ver como se mata a esos cerditos que has alimentado durante meses... que corrían a por comida en cuanto oían el ruido del coche llegar a la finca pero... ¿quién piensa en eso cuando un delicioso jamón recién cortado aparece ante ti?
¿O quién no sucumbe ante un cocido de matanza? Todo asado a la lumbre, a fuego lento, unas brasas que no se apagan, un frío que se supera con unos chupitos de aguardiente, el café que no falte y siempre bien caliente, el brasero de picón mientras se hacen los chorizos... ¡y que no se pare de comer en todo el día!
Una de las mejores cosas son las historias que se cuentan... como esa en la que alguien de pequeño se cayó en un barreño que estaba lleno de la mezcla que se hace para adobar los lomos y los cabeceros... O historias de cuando se iban a lavar las tripas al río...
¿Y alguna vez se han fijado las mentes curiosas en los colores que atan los embutidos?
Hay cuerdas rojas, rojas y blancas, blancas, blancas y azules, verdes, azules... Pues es para diferenciar qué es cada cosa. ¡Lo curioso es que nadie apunta en papel!
Se pasa frío, a nadie le gusta madrugar, las helás que caen en época de matanza nos inapetentes pero... ¡qué rico está todo!
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